El mapa de palabras

Por Ratoner

En un recóndito rincón de la vasta bodega del bajel BiblioReto, más allá de las estanterías cargadas de tomos encuadernados en piel de dragón y manuscritos escritos con tinta de estrellas, se encuentra un cofre de ébano cubierto de polvo. Su cerrojo es una maraña de runas cambiantes, que parecen susurrar enigmas al oído de quienes se acercan demasiado.

Dicen los rumores entre la tripulación que aquel cofre contiene un objeto único: el Mapa de Palabras, un artefacto que no solo guía a lugares físicos, sino también a aquellos creados en los pliegues de la imaginación y los sueños.

Imagen: Luzia

El capitán Brujillas, intrigado por las historias, reúne a los mejores cartógrafos y lingüistas de la tripulación. Usando la llave dorada hallada en la Isla de los Silencios, abre el cofre. Dentro descansa un pergamino antiguo, vivo al tacto, como si estuviera hecho de un tejido que respira. Al desplegarlo, las palabras comienzan a moverse, reorganizándose en formas y patrones. Las frases se entrelazaban para formar senderos, colinas y océanos, mientras fragmentos de poesía marcaban los puntos cardinales.

—Esto no es un mapa cualquiera —susurra Oscarina, la zíngara errante, que baja al camarote en silencio—. Es un camino hacia los corazones de las historias aún no contadas.

Los nombres de lugares imposibles aparecen y desaparecen ante sus ojos: el Bosque de las Parábolas Perdidas, el Mar de los Versos Rotos, la Cumbre de las Tramas Inconclusas. Pero en el centro del mapa hay un vacío, un lugar sin nombre ni palabra.

—El mapa no se completará solo —dice Brujillas, sosteniéndolo con reverencia—. Es nuestra tarea llenarlo, tejiendo historias, explorando mundos de palabras.

Y así, el BiblioReto parte hacia lo desconocido, guiado por un mapa que, más que un artefacto, es un desafío literario hecho carne, papel y magia.